Cómo asumir el cambio climático

Jorge Brito Obreque

Jorge Brito Obreque

Estos últimos días, hemos podido presenciar a través de los medios de comunicación los estragos que ha dejado el frente de mal tiempo en varias zonas del país. Más allá de lo que haya que lamentar, debemos sacar varias lecciones y derribar algunos mitos que puedan haber surgido al respecto.

Respecto de esto último, lo primero es advertir que, debido al cambio climático, actualmente, las precipitaciones son mucho más concentradas que antes. Luego, no es que este año ya haya llovido más que el año pasado, por ejemplo. De hecho, frente a la aparente gran cantidad de agua caída, es necesario aclarar que casi todo el país sigue con déficit hídrico. En efecto, salvo algunas excepciones, y tal como se puede constatar en los informes de la Dirección Meteorológica de Chile, en general estamos lejos de la cantidad de milímetros de 2014  y mucho más respecto de las cifras de un año normal, inclusive en zonas como la de Valparaíso, que tanta pantalla ha acaparado por estos días. En el caso del Maule, Curicó registraba hasta el pasado lunes 10 de agosto 379.1 mm. caídos a la fecha, en tanto que, en un año normal, ya se debiera haber llegado a los 503.6 mm.

Por lo tanto, hasta el momento, los efectos climáticos de las últimas semanas sólo han traído problemas para las ciudades. No se puede desconocer que en algo han venido a paliar la sequía, pero no pasa de ello. El problema de fondo persiste y los agricultores están lejos de poder respirar tranquilos. En relación con esto, es urgente potenciar todas aquellas iniciativas que permitan optimizar el uso del agua que, además de caer de manera más intensa, se sigue perdiendo por la falta de infraestructura de acumulación. Y cuando hablamos de ella, no sólo nos referimos a los tranques, embalses e infiltración de napas subterráneas, sino que también a proyectos como los de cosecha de aguas lluvia, vitales para los pequeños agricultores. Es decir, iniciativas que cruzan a todo el sector, a grandes y a chicos.

Finalmente, y algo no menor, se hace necesario asumir una efectiva gestión de riesgos y desastres al interior de las comunidades, a través de una constante evaluación de las amenazas, vulnerabilidades y capacidades. Una comunidad organizada y empoderada es capaz de salir adelante mucho más rápido. En las primeras horas post desastre, debe generar medidas de emergencia autónomas a la espera de la respuesta institucional, en cuestiones básicas como abastecimiento de agua y energía, abrigo y alimentos no perecibles, entre otras. Incorporar el concepto de riesgo implica entender que existe una probabilidad permanente de desastre y que debemos trabajar e invertir para reducir la incertidumbre que ello provoca. ¡Y es lamentable observar cómo ello ha faltado estos últimos días en diversas partes de nuestro país!

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