Reconstruir confianzas

Jorge Brito Obreque

Jorge Brito Obreque

Situaciones como los  casos Penta, Caval y Soquimich  han venido  a ahondar una cruda realidad que se vive de manera  crítica en nuestro país. Y es que, como sociedad, hemos ido erosionando de manera sistemática muchos aspectos que afectan la confianza. Y digo «hemos» porque es una responsabilidad compartida colectivamente, ya sea por acción, omisión o simplemente por condescendencia. No nos olvidemos que en la década pasada hicimos nuestro el sufijo anglosajón «gate» para identificar nuestra propia seguidilla de escándalos públicos y que, en años más recientes, hemos presenciado cómo algunas instituciones de educación superior han tenido que llegar a cerrar sus puertas por situaciones poco claras y que hasta la novel Comisión Nacional de Acreditación vio  ensombrecida -transitoriamente- su gestión por malos y poco transparentes procedimientos. Inclusive la Iglesia  ha sido testigo de cómo el accionar de algunos de sus miembros ha enlodado su credibilidad.

La confianza es un valor de base que nos permite avanzar hacia el logro de  objetivos, puesto que el creer en la buena voluntad del otro o de los otros le permite al ser humano actuar de manera más colaborativa, decidida y solidaria.

Lamentablemente, los escándalos que desde la década pasada han venido dándose con más frecuencia -o  han trascendido de manera más usual, lo que sería aún peor-, en diversas instancias, han afectado de manera profunda este valor. ¿Al ciudadano común qué se le ha ido transmitiendo? Que en una sociedad cada vez más influida por un consumismo y exitismo irrefrenables todo es válido para lograr estas  metas, bajo la lógica del «sálvese quien pueda» o “el fin justifica los medios”. Si los grandes y poderosos lo hacen, ¿por qué yo no? Y una generación entera se ha estado criando a la luz de esta nueva cultura.

Reconstruir las confianzas -públicas y personales- no sólo debe ser una tarea prioritaria sino que compartida. Es responsabilidad de todos, de los líderes políticos, sociales y religiosos; de los empresarios; de las instituciones de educación; y de los propios ciudadanos de manera individual.

¿Y cómo las reconstruimos? Asumiendo que debemos obrar en cada aspecto de nuestro diario vivir con la verdad, aunque duela; con transparencia y honestidad; exigiendo y apoyando la existencia de mecanismos de control  y donde los medios de comunicación deben ser actores relevantes, independientes y propositivos. Y no nos limitemos a pedir que las instituciones funcionen, ya que muchas de ellas han sido horadadas desde dentro.

El sacerdote alemán Adolfo Kolping decía que, sin fe ni confianza, el mundo no se mantiene unido. Aprendamos a estar unidos de nuevo.

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