Durante los próximos días se cumplen 40 años de la instancia culmine del Conflicto de Beagle, disputa que tuvo Chile con Argentina por la soberanía de las islas Picton, Nueva y Lenox, ubicadas al este del meridiano del cabo de Hornos. Un inminente conflicto armado que estuvo a sólo horas de que las fuerzas militares de ambos países se enfrentaran, con consecuencias desastrosas para ambas naciones que podrían haber durado generaciones.
La disputa, pese a tener una data del siglo XIX, tuvo su florecimiento tras el Laudo Arbitral realizado por el gobierno británico en 1977, el cual otorgó aguas navegables en el canal Beagle a ambos países y la mayor parte de las islas y de los derechos oceánicos generados por ellas a Chile. La decisión fue rechazada por el gobierno militar argentino y buscó militarizar la zona. El 19 de diciembre de 1978 las fuerzas argentinas se desplegaron con la orden de invadir las islas en cuestión, producto del mal tiempo en la zona esta operación no prospero, y se pospuso para el 22 de diciembre.
En aquel entonces, el Papa Juan Pablo II sólo llevaba tres meses en su cargo, y el 22 de diciembre, mientras las fuerzas militares de los dos países se disponían a enfrentarse, el Sumo Pontífice realizó un llamado a favor de la paz ante el Sacro Colegio Cardenalicio de Roma, manifestando su “profundo dolor e íntima preocupación” por el enfrentamiento que se había ido agudizando entre Chile y Argentina. Ahí surgió la figura clave del cardenal italiano Antonio Samoré, quien se reunió con las autoridades de ambos países, con el fin de negociar una solución pacífica al conflicto.
Esta disputa pasó desapercibida por gran parte de las regiones de nuestro país, la movilización en Chile, a diferencia de Argentina fue muy discreta, los reservistas fuimos convocados y por meses preparados y con responsabilidades de mando en forma sigilosa en todo el territorio para asumir este eventual conflicto. Donde el movimiento era más visible fue en Aysén y Magallanes, dado que el gobierno de aquel entonces decidió tratar el tema con prudencia. La moral era óptima, no obstante la preocupación por la situación. Muchos fuimos movilizados y vivimos en primera persona este proceso de defensa de una eventual agresión foránea.
La clara determinación e intervención oportuna del Papa Juan Pablo II no sólo evitó una guerra entre naciones vecinas, sino que salvó la vida de millones de personas, en un conflicto que –según expertos- hubiese significado una recuperación durante más de 100 años. Esta intervención de la Santa Sede permitió que se impusiera la fuerza de la razón, reflejado en la firma del Acta de Montevideo, permitiendo hoy en día mantener adecuadas relaciones entre Chile y Argentina, desarrollando proyectos de integración, culturales, económicos, políticos, entre otras. Trabajar por la paz, no es algo estático, sino que nos debe interpelar a ser forjadores de una paz activa fundada en el respeto irrestricto a la dignidad de la persona, promoviendo la justicia, la verdad, la libertad, la igualdad, lo que permitirá a nuestras sociedades vivir en una auténtica paz.