Hay una frase popular que dice “el ser humano es el único animal que tropieza dos veces con la misma piedra”; un dicho que es utilizable en diversos ámbitos. Sin embargo durante estos días recobra gran valor al ver cómo nuestros compatriotas del norte chico se ven afectados nuevamente por las crecidas de los ríos, al igual que el 2015.
En estas instancias, como en aluviones, maremotos e incendios forestales, es donde el término “desastre natural” se vuelve recurrente. Sin embargo, es la causa del hombre el factor esencial en el desenlace de estos acontecimientos; la construcción en las cuencas hidrográficas, la instalación de casas al borde de la playa, la plantación de bosques al costado de caminos o la deforestación de cerros provoca efectos nefastos cuando la naturaleza decide volver a su lugar de origen. Por consiguiente, estos no son desastres naturales sino eventos en los cuales la mayoría de las veces existe intervención del hombre.
El crecimiento de las ciudades, provocado por el éxodo del mundo rural al urbano, generó un impacto en los planes reguladores. La búsqueda de familias por un acercamiento a los sectores productivos, provocó que se instalaran en lugares potencialmente riesgosos, afectando las planificaciones territoriales para fines habitacionales.
Es por esta particular urbanización, característica de nuestros tiempos, que la prevención resulta fundamental frente a los riesgos latentes a los que estamos expuestos, en los cuales la intervención del hombre ha sido un factor recurrente, ya sea de forma activa o pasiva.
Es bajo este contexto que la promoción de las capacidades propias de las comunidades, especialmente las rurales, resulta fundamental, con el fin de reducir las vulnerabilidades, potenciando la acción comunitaria y el uso de recursos propios, lo cual permite la resiliencia frente a situaciones de riesgo. Una política de gestión de riesgos asociada a los territorios, que involucre planificación territorial y empoderamiento comunitario ayudaría bastante en desarrollar modelos de anticipación y prevención de situaciones que en definitiva afectan a las comunidades.
Esta intervención del medio ambiente, lo que a estas alturas ya resulta inevitable, producto del cambio climático, debe ir de la mano de un diagnóstico frente a potenciales complicaciones, aportando una mayor reflexión que nos permita enfrentar desde las causas y no frente a las consecuencias, para así evitar que la crecida de ríos, los aluviones, los maremotos o incendios forestares perjudiquen a las comunidades, porque como dice el dicho “la naturaleza siempre reclama lo suyo”.