Algo huele mal decía William Shakespeare en su obra Hamlet en directa alusión a una serie de sucesos que afectaban el reino en Dinamarca, sucesos de corrupción, malas prácticas, injusticias que son la trama central de esta obra clásica. Hoy la sensación de mal olor también inunda nuestra institucionalidad, donde comenzamos a desconfiar de nuestras autoridades, de los partidos políticos, de las empresas, etc.
La corrupción no es un tema nuevo, y se relaciona con el mal uso del poder y la confianza pública, la ausencia de control y de la falta de probidad. En nuestro país se han hecho esfuerzos por instaurar la transparencia en una serie de procesos, pero la transparencia es un paso inicial para devolver la confianza a la población, pero en sí no es suficiente, pues si los abusos no son castigados y la justicia hace vista gorda frente a situaciones reñidas con la legalidad la transparencia no sirve de mucho. El poder del dinero en una sociedad de libre mercado nos expone a esta serie de vicios instalando una cultura que ata a los intereses económicos privados con el poder, situación que está dañando los cimientos de nuestra sociedad. La única manera de volver a fortalecer esta institucionalidad en crisis es permitiendo que las instituciones funcionen libres de presiones e intromisiones, ya que el inicio de la reestructuración de las confianzas va de la mano con la certeza de que los responsables de estos actos asumen las sanciones, independiente a sus cargo o magistratura.
Los hechos que hoy aparecen en nuestros medios de comunicación nos hablan de que la transparencia existe, pues hoy sabemos de estos hechos, pero se requiere que la Justicia funcione para cerrar de buena manera este “tratamiento intensivo” necesario para recomponer las confianzas públicas y privadas, por ello la sociedad no debe minimizar estas situaciones porque genera desintegración moral del origen del Estado que es el Bienestar de todos los que lo habitan, la búsqueda del bien común; pero también no exagerarlo, ya que se polarizan posiciones y aparece el aprovechamiento político de la situación, lo cual inmoviliza la búsqueda de soluciones.
La palabra crisis proviene del crecer, del aprender y en la medida que sorteamos crisis, en lo personal como en el organizacional, nos hacemos más fuertes frente a los embates de la vida. Hoy tenemos una gran oportunidad de no tan sólo dar señales, sino terminar con este “mal olor” que inunda nuestras instituciones, de limpiar las malas prácticas partiendo también desde nuestras acciones, donde nuestra ética personal debe estar en consonancia a nuestro trabajo y a nuestras organizaciones.